Parece de Perogrullo, pero resulta que la identidad existe. Los enfrentamientos por la identidad existen, la exaltación de la identidad existe. Cuando quieres enfadar a alguien no tienes más que negarle una identidad de la que se cree parte, los niños se llaman “nenaza” (no sabría decir lo que se llaman las niñas, desventajas de no haber ido a un colegio mixto) , los adultos se llaman miles de cosas ofensivas que resultan ser ataques a la identidad. Ya sea destrozando la que crees tener, o bien recordándote la que no tienes. Desde un “eres un idiota”, hasta “tu madre es una puta”, lo que ofende es que pongan en duda mi identidad. Que se cuestione quién soy y cómo me veo.
Se han escrito ríos de tinta sobre los procesos de construcción de la identidad, yo reseñaría dos libros el magnífico compendio que editó CONACULTA de Gilberto Giménez titulado “Estudio sobre la Cultura y las Identidades Sociales” y el imprescindible volumen II de “La era de la Información” de Manuel Castells: “El poder de la identidad”. Ambos dejan muy claro que la identidad es uno de los motores más poderosos de construcción. Castells dice: “la Identidad es la fuente de sentido y experiencia para la gente” y añade:” Defino sentido como la identificación simbólica que realiza un actor social del objetivo de su acción” (Castells 1999).
Este “imprescindible” sentimiento humano tiene un gran asiento en el territorio. Uno se siente de un lugar, muy poca gente es de verdad ciudadano del mundo y pelea por el mundo. Lo normal es ir por escalas, la familia, los amigos, el colectivo cercano,( equipo de fútbol por ejemplo) y el espacio que nos vio crecer, el lugar del que nos sentimos (sea este sentirnos por la razón que sea). A partir de ahí vamos abriendo círculos hasta que terminamos con esa hermosa utopía de yo soy de donde vivo, queriendo dar a entender que nos sentimos de donde estamos y no de donde venimos… pero insisto creo que eso es más bien utópico.
Sin duda uno de los constructores más importante de esa identidad es la cultura. Desde la lengua materna, hasta los colores de las casas que nos rodean son particulares en cada espacio, capaces de generar sentido de pertenencia. Pero resulta que hemos creído siempre que la cultura estaba por debajo de la economía (bueno no sé si siempre, ahora por lo menos sí) , es decir que si le dábamos a la gente una casa, una comida y un trabajo esa gente se terminaba sintiendo de ese lugar y eso no es tan cierto. La identidad catalana, por ejemplo, o la de los pueblos indígenas, por ejemplo, o la de los afrodescendientes, por ejemplo o de todos aquellos que se han sentido excluidos de un proyecto central o fundacional, se podría integrar dando trabajo, dando dinero, o dando comidas, y eso por desgracia no es tan así.
El mínimo para la supervivencia es el trabajo, la comida, el dinero, y el derecho a ser quien uno quiera ser, como uno quiera ser y sentirse parte de lo que se quiera sentir parte. Para sentirse parte de algo se debe sentir integrado en ese algo, claro que también juegan los egoísmo y las ambiciones personales para no querernos sentir parte, pero la mayoría de las veces lo que juega es el sentirse excluido. El sentirse ridiculizado por hablar diferente, vestir diferente, pensar diferente. La diferencia es fuente de exclusión, porque las identidades tienden a organizarse en torno a situaciones homogéneas, y... ¡si no eres de este grupo o haces lo que hace el grupo o te vas!.
Las identidades dominantes siempre han querido que todos sus miembros participaran de los dogmas fundamentales de su construcción, así ha sido hasta ahora. Parece que así no va a seguir siendo, porque si las identidades dominantes quieren seguir imponiendo a la fuerza esos dogmas la gente se les va a escapar por las mil rendijas que hoy nos brinda el nuevo modo de entender el mundo.
Tan falso es querer construir una identidad dominante para los catalanes, como construir una identidad dominante española en la cual quiéranlo o no se han de integrar los catalanes, o una identidad colombiana para los wuayus, o una identidad brasileña para los afros. Si al final lo que hacemos es repetir esquemas lo que va a suceder es que más pronto que tarde se van a volver a repetir los problemas, idénticos, y en breve los Barceloneses querrán separarse del resto de los catalanes y los madrileños del resto de los españoles y los wuayu del resto de los colombianos y los afro (que reivindicaran territorios especiales y lugares de africanidad) del resto de los brasileños. Llegaremos a finales del siglo XXI al mundo de las ciudades, y no de las naciones. De las razas y no de los mestizajes.
Cuando eso suceda alguien dirá ... "y todo empezó por la cultura".
¿No podrá empezar la cultura a plantear procesos de convivencia, en lugar de exclusión y diferencia? Tal vez si empezáramos por leer la historia (patrimonio cultural) de otra forma; o si fuéramos capaces de entender que las lenguas no son espacios de separación sino de construcción de pensamientos que se necesitan para elaborar el mundo desde sus distintos sentidos, es decir desde los diferentes objetivos de las acciones. Si aprendiéramos a ver la pintura de los otros tan excepcional como la de los nuestros, la literatura que no entendemos tuviera el mismo valor que la que sabemos valorar. En fin si las manifestaciones de la cultura aprendieran a ser de todos y de nadie, a lo mejor las identidades comenzaban a ser espacios de encuentro y no de eternas peleas como viene sucediendo desde que se escribe historia.
Tal vez esto que está sucediendo en las redes pueda cambiar esa manera de ver la cultura como campo de conflictos y nos deje verla como campo de construcciones, de creatividades, de innovaciones compartidas y disfrutadas por todos. Si eso fuera así importaría muy poco el modo de legislarse de cada uno para conseguir trabajo, comida y dinero. Eso sólo es posible si hacer políticas culturales pasa a ser algo más que hacer leyes para reglamentar las artes y sus pompas. Hacer políticas culturales tiene que servir para poder entender el futuro que se viene, y ese futuro está repleto de identidades conflicto, que deben saber cómo vivir juntas en el siglo XXI.