Entiendo por ciencias sociales aquellos grupos del saber que hablan de los modos de ser y de estar de una sociedad. Hablamos de disciplinas como la sociología, la economía, la política, la historia, la geografía, la lingüística, la demografía, la comunicación, la pedagogía, el derecho, las relaciones internacionales, las relaciones públicas, la demografía, las ciencias de la cultura, entre las que incluyo a la antropología, la arqueología, y con reparos a la gestión cultural, digo con reparos porque creo que todavía le queda bastante para ser considerada una ciencia. Seguro que alguna se me queda en el tintero, parten de ciencias como la filosofía, la teología, la estética y otras como la sicología social.
Es obvio que el saber de las ciencias naturales y exactas ha crecido mucho más ordenadamente que el de las ciencias sociales. Han realizado avances que son visibles a los ojos de cualquier neófito. La medicina, la física, la química, nos van construyendo un mundo capaz de hacernos imaginar un futuro muy “prometedor” para la especie humana. Las nuevas tecnologías, hijas de varios saberes científicos, han construido un imaginario que nos aleja de la realidad. Esa preciosa contradicción de lo tangible de la máquina y lo intangible de sus propuestas.
Envejecemos más, mucho más y algunos dicen que lo hacemos mejor. La media ha crecido y en gran parte del mundo está por encima de los 75 años de edad. Las máquinas nos facilitan tanto el trabajo que a veces hasta nos lo quitan. Los índices de mortalidad bajan. Las cifras demográficas son increíbles, vamos camino a los 9.000 millones de seres humanos. Más de la mitad de la población sobrepasamos los 55 años[1]. La capacidad laboral de un mayor de 55 años es muy poco valorada por los empresarios contratantes.
Uno escarba en internet y son muy pocas las cosas que encuentra sobre la utilidad de las personas mayores en la sociedad del siglo XXI, y en cambio son infinitas las que encuentra sobre lo contrario. La inutilidad y la cantidad de problemas que generan.
De igual forma los estudios económicos tampoco parecen haber dedicado un tiempo de sus reflexiones a pensar sobre la productividad social del adulto mayor, como se nos denomina eufemísticamente.
Los políticos hablan de las pensiones en las campañas electorales, pero sistemáticamente se ven obligadas a bajarlas o no pagarlas, dejando a miles de viejos, perdón adultos mayores, en la indigencia más atroz.
La cultura tiene una especial obsesión con la infancia, teatro para niños, cine para niños, talleres infantiles, etc, etc. Pero a los viejos, perdón a los adultos mayores, que les den.
Las máquinas siguen sistematizando todas las cadenas de producción, y son cada vez menos importantes los seres humanos. Las nuevas tecnologías nos han hecho un gran favor al acabar con los sindicatos, es tal el miedo a quedar sin empleo, que aceptamos lo que nos den, lo que nos paguen. El trabajo es un bien escaso. No son las máquinas las que están echando a los trabajadores, es la codicia y el ansia de beneficios. Pero las máquinas son una excusa muy fácil de esgrimir.
¿Dónde está ese proceso de reflexión que en teoría busca la filosofía de la ciencia tratando de encontrar la relación de las ciencias entre ellas y con la realidad?
¿Dónde está esa reflexión cultural con la forma más extendida de discapacidad hoy día que es la vejez?
¿Dónde está ese dialogo que no es intercultural, ni multicultural, ni policultural, sino generacional, inter-científico, y sobre todo real?
¿Qué están haciendo la política y la economía frente a los grandes cambios que se van produciendo y que de verdad construyen un mundo completamente diferente al que había?
¿Qué proponemos cuando el 30% de los niños en España rozan el umbral de la pobreza, cuando el desempleo es lo más alarmante de todo cuanto nos ha sucedido en muchas décadas, cuando los salarios bajan más de un 25% y la brecha social crece más de un 35%?
Como dice Nuccio Ordina en su manifiesto sobre la utilidad de lo inútil “Sólo el saber puede desafiar una vez más a las leyes del mercado. (…) El saber constituye por si mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo”. Tarea fundamental de las ciencias sociales, ayudarnos a saber, a pensar, sin querer rentabilizar, ni amortizar. Saber. Porque el saber nos ayuda a vivir mejor juntos.
Los que nos dedicamos a las ciencias sociales debemos dejar de hablar del siglo XIX. Proponer cambios. Pensar modificaciones. Elaborar nuevas teorías sociales.
No debemos seguir dejando crecer esa brecha inmensa que hoy existe entre las ciencias “duras” y aquello que debe ser el objeto de nuestro pensamiento. En todo ello la cultura, la gestión de la cultura, de los espacios dedicados a la cultura, al encuentro, a la vida en conjunto, tienen mucho que decir y hasta la fecha solo se escucha su silencio.